Las razones de una escapada por el finde son muchas y para mi son todas buenas. Descanso, desconexión, relajo, compartir, variar la rutina. Están hechas para ser disfrutadas al máximo.
Tengo la suerte de estar vinculada a la playa desde muy chica. Nací en ciudad costera y toda la familia está allá. Hace un par de años mis papás, que vivieron de adultos en Santiago, decidieron volver a sus tierras amadas, a respirar aire puro y alejarse del ruido y rapidez para retornar a Viña del Mar.
Ahora cada vez que podemos vamos a visitarlos, a compartir y a tomar ese sol que reconforta y que hace fluir la vida.
Visitar la playa
La maravilla de bajar a la playa es que es un paseo entretenido a más no poder. Te puede agotarte físicamente, pero recarga mis pilas de la manera mas profunda posible.
El ritmo de las olas es casi un mantra, que se repite en mis ojos y en mis oídos. Pueden escuchar una pequeña grabación mía de las olas acá.
Cuando aún no hace suficiente calor para soportar las gélidas aguas de la zona central de Chile, nos quedamos cerca de la orilla. Llevamos un termo con agüita caliente, galletas y jugo.
Soportamos las caricias del viento frío en la cara e inventamos juegos para entrar en calor. Hacemos castillos, llevamos el freesbe.
Mi hija corrió conmigo. Al principio con algo de susto, luego super entregada para mojarse los pies y saludar al gigante mar que de tranquilo no tiene nada.
La suerte de estos días de invierno es que poca gente anda dando vueltas, así que teníamos espacio más que suficiente para hacer todo sin preocuparnos por tirarle arena al vecino y para sentirnos, aunque sea por unos minutos, dueños de un pedazo de paraíso.